Aprendí a diferenciar el tono de voz de un: 'tranquilo, que no pasa nada...' a un '¡no pasa nada, tranquilo!' y me acostumbré a que no me afectara cada domingo, sobretodo de invierno, y poder decirles a todos los protagonistas suicidas que mueren de amor, que son idiotas por creer en aquello.
Ya no envidio sus vidas llenas de cursiladas y palabras bonitas, porque todos vemos el final donde se dan ese beso, pero ninguno sabe qué es lo que pasa después.
Me da igual eso de mirarme al espejo y que ya no haya nadie que me diga lo guapa que estoy aunque lleve el vestido más feo de todo el centro comercial, o eso de bajar las escaleras del portal y que no haya nadie. Yo también puedo decirme a mí misma que voy a tener un bonito día y que sonría, porque me lo merezco, como la sensación de escuchar una canción y quedarte con su música, porque la letra ya no se convierte en un alguien.
Puedo parecer una hipócrita, mentirosa, borde e incluso fría y mentiría si dijera que en todo este tiempo no te eché de menos, que claro que yo también quiero una historia con todo lo dicho antes y que siguieras protagonizando cada página de mi diario, porque desde que te fuiste no he vuelto a escribir, y eso también supone no comenzar de cero.
No dudes que cada vez que llueve desearía tenerte abrazado a mí.
Como las llamadas inesperadas,
o las visitas sorpresas.
El: 'estás realmente preciosa'
y las noches con tu camiseta a modo de pijama.
Y que no quepa duda que te eche en falta porque te quise, y te quiero, pero ya me he acostumbrado a estar sin ti, y la verdad, no me va del todo mal.
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