El olfato me recuerda a ese perfume que te ponías y que en el mínimo abrazo, me quedaba tu olor. Me acuerdo que siempre te decía que te pusieras aquella, que era mi favorita. Y por las noches, como cada día que te echaba de menos, me levanta y cogía la camiseta que llevaba ese día al quedar contigo, porque que oliera a ti, me hacía pensar que estabas aquí, a mi lado, haciéndole compañía a mis sueños. Era la morfina para que pudiera quedarme dormida y que pareciera que estaba abrazada a ti. También recuerdo aquellas tres rosas que cogiste del rosal del parque que solíamos quedar, una era blanca, me dijiste que esa significaba perdón, que te perdonara por aquellos piques tontos que teníamos. La amarilla, la de permanecer juntos, y tener en un futuro a nuestros pequeños, a Leyre e Iván. Y la rosa, es cuando te pusiste de rodillas frente a mí y pronunciando mi nombre seguido de mi apellido, dijiste: ¿-Te quieres casar conmigo-?
El oído, hace que no deje de escuchar esa vieja canción que nos apropiamos. Aquella de un viejo grupo español, ya separado, que hablaba de una suerte. Aquella que sonó cuando empezamos a bailar e instintivamente nos miramos y me susurraste que aquella, sería nuestra canción. Una canción donde habla de los dos, y que nunca, escúchame, nunca, podré borrar.
El gusto, creo que ya se sabe que voy a decir. Tus besos. Ya podían ser en la mejilla, que en los labios, en el cuello o en la nuca, pues eran perfectos. Pero creo que hay una cosa mejor que el beso, y es lo anterior a él. Las miradas y la sonrisa que se te escapa, o cuando apoya las manos en tus caderas, y tú las tuyas en su nuca. Después vienen los susurros, los te quiero, y la risa a centímetros de su boca.
Y en el tacto, cada caricia, y más donde sabías que tenía mi punto débil, las cosquillas no solo externas que me provocabas, también las internas, las del estómago. Cada roce de mejilla, o cuando me apartabas el pelo, o cuando chocaban los dientes al sumergirnos en un profundo beso. El roce de los dedos apretando el botón X del mando de la play, el tacto del cojín al hacer las peleas de almohadas cada vez que veíamos una película, y nos daba igual perdernos algunas escenas, nosotros éramos ya protagonistas de una de ellas.
Y ahora me ves aquí, escribiendo los últimos versos que te dedico, dándote también las gracias, por haber vivido en una canción, en un buen libro, pero de historia real. Por aquel primer beso y por el último, desde el primer buenos días hasta ese adiós, del primer abrazo y del último roce al pasar por al lado el uno del otro. Por aquellas lágrimas de alegría, y las últimas que solo aparecen cuando el corazón ha sido despreciado.