jueves, 24 de abril de 2014

Centésimo nonagésimo tercer día.

Lo que tengo claro y seguro al cien por cien, es que en cada cumpleaños cuando llegue el típico momento de tener que soplar las velas y tengas que pedir un deseo, nunca se cumplirá. Tan solo es una vela puesta en medio de una tarta de tu sabor favorito. Y me da por recordar mi décimo sexto cumpleaños, ese que pasé contigo, y mira, qué casualidad, que los años que cumplía eran los mismo que el día que comenzamos a querernos. Y otra vez vuelvo ha recordarte. Y mira que no me gusta hacerlo, pero parece que mis cinco sentidos hagan complot contra mí. La vista, me hace volver a ver aquellas fotos, sonriendo o... inmortalizando el momento del beso. Me acuerdo que esas fotos te gustaban, porque adorabas la forma en la que nos besábamos. Aunque sin más, tu debilidad era el cuello, y es que no aguantabas los escalofríos que mis labios te hacían sentir cuando eran besados por mí. 
El olfato me recuerda a ese perfume que te ponías y que en el mínimo abrazo, me quedaba tu olor. Me acuerdo que siempre te decía que te pusieras aquella, que era mi favorita. Y por las noches, como cada día que te echaba de menos, me levanta y cogía la camiseta que llevaba ese día al quedar contigo, porque que oliera a ti, me hacía pensar que estabas aquí, a mi lado, haciéndole compañía a mis sueños. Era la morfina para que pudiera quedarme dormida y que pareciera que estaba abrazada a ti. También recuerdo aquellas tres rosas que cogiste del rosal del parque que solíamos quedar, una era blanca, me dijiste que esa significaba perdón, que te perdonara por aquellos piques tontos que teníamos. La amarilla, la de permanecer juntos, y tener en un futuro a nuestros pequeños, a Leyre e Iván. Y la rosa, es cuando te pusiste de rodillas frente a mí y pronunciando mi nombre seguido de mi apellido, dijiste: ¿-Te quieres casar conmigo-?
El oído, hace que no deje de escuchar esa vieja canción que nos apropiamos. Aquella de un viejo grupo español, ya separado, que hablaba de una suerte. Aquella que sonó cuando empezamos a bailar e instintivamente nos miramos y me susurraste que aquella, sería nuestra canción. Una canción donde habla de los dos, y que nunca, escúchame, nunca, podré borrar.
El gusto, creo que ya se sabe que voy a decir. Tus besos. Ya podían ser en la mejilla, que en los labios, en el cuello o en la nuca, pues eran perfectos. Pero creo que hay una cosa mejor que el beso, y es lo anterior a él. Las miradas y la sonrisa que se te escapa, o cuando apoya las manos en tus caderas, y tú las tuyas en su nuca. Después vienen los susurros, los te quiero, y la risa a centímetros de su boca.
Y en el tacto, cada caricia, y más donde sabías que tenía mi punto débil, las cosquillas no solo externas que me provocabas, también las internas, las del estómago. Cada roce de mejilla, o cuando me apartabas el pelo, o cuando chocaban los dientes al sumergirnos en un profundo beso. El roce de los dedos apretando el botón X del mando de la play, el tacto del cojín al hacer las peleas de almohadas cada vez que veíamos una película, y nos daba igual perdernos algunas escenas, nosotros éramos ya protagonistas de una de ellas.
Y ahora me ves aquí, escribiendo los últimos versos que te dedico, dándote también las gracias, por haber vivido en una canción, en un buen libro, pero de historia real. Por aquel primer beso y por el último, desde el primer buenos días hasta ese adiós, del primer abrazo y del último roce al pasar por al lado el uno del otro. Por aquellas lágrimas de alegría, y las últimas que solo aparecen cuando el corazón ha sido despreciado.


domingo, 20 de abril de 2014

Décimas de segundo.

No sé si a mí esto de escribir me va a salir bien. Si voy a ser capaz de expresar todo lo que pasa por mi cabeza y que te llegue a ti. Tengo tantas palabras por mi mente que no sé cómo empezar, y no me sirve eso de por el principio.

 ¿Sabéis? Cada poeta tiene su inspiración, la musa de hacerle sentir a eso que palpita cada vez que se te acerca. Aunque no es lo único que te descubre, es curioso como tus mejillas te delatan cada vez que, le da por pronunciar tu nombre. Y qué bonito suena cuando se leen en sus labios. Hay otra parte que también te quita tu capa invisible, son tus manos. Empiezan a sudar hasta en el más frío de los inviernos, como un pleno agosto a las doce de la mañana.
 La risa que te provoca actúa como banda sonora en ese instante, de paz, de ilusión, de esperanza. ¿Y qué me decís de los ojos? Mis ojos empiezan a brillar, iluminarían cada noche haciéndole competencia a la luna, que acompañan al temblor de las piernas que me impide andar. Me hace sentir tan vulnerable, pequeña, pero por un instante, hace que sueñe que soy visible, pero no para el mundo ni para lo demás, sino para algo mucho mejor, visible para él.

 ¿Y quién no soñaría, a quién no le pasaría todo esto que me pasa? Solo hace falta ver lo guapo que estás cuando crees que no te miro, cuando piensas que pasas desapercibido, cuando te veo juguetear con el lápiz o cuando te ríes cuando hablas con aquel chico que todos pensábamos que no iba a encajar. 
También, cuando empiezas a mirar hacia todos los lados, y hasta que me encuentras, me empiezo a arreglar el pelo por si te apetece mirarme, que me veas más guapa. También sé que si sonríes, mostrarás tus dientes, blancos y alineados, y tus arruguitas a través de la comisura donde sueño con perderme. 

Me encantaría pasar mi vida viéndote sonreír, y que tu risa sea la banda sonora de toda esta historia. Supongo que lo puedo llamar historia aunque no seamos nada, aquí también hay dos protagonistas, con la pequeña diferencia, que en la nuestra todavía no se han dado aquel beso del final de la película, y bueno, para ser realista, dudo mucho que eso algún día suceda.

 Y que, bueno, ese instante ya ha pasado. Ha sido solo cuestión de unas milésimas de segundo, donde nuestras miradas han coincidido pero otra vez, de nuevo, mis palabras son cobardes y no se han atrevido a pronunciarse, prefieren mantenerse calladas, y después de aquello, mi razón les echa la bronca del siglo, por qué no le has dicho nada, se ha vuelto a ir, y quién sabe si habrá otra oportunidad, pues ese, esos milisegundos de temblores, de sudores, nervios, sonrisas... esos eran la clave.


jueves, 17 de abril de 2014

Imposibles.

Y quién me diría a mí que el mismo día que hacía 6 meses con mi pareja aparecerías tú. Bueno, no apareciste,. Era el primer día de clase y ya faltaste. Fue curioso, dijeron tu nombre unos después que el mío y dije: Pues si uno ya falta el primer día... Te tocaba sentarte detrás de mí, pero preferiste sentarte con tus amigos. Eras nuevo. Lógico. Pero de todos modos, no te veía como te veo ahora. Y mira qué de vueltas que da la vida que en apenas 10 días de lo que llevábamos de curso que mi relación con mi pareja se fue. Rompimos y no quería hacer otra cosa que llorar.
Se me ocurrió la fantástica idea de en clase estar lo máximo distraída para no pensarle, no quería saber de él, y bueno, vi que tú me hacías reír. Y no es que fueras guapísimo, pero tenías algo tan irresistible...
De fijarme en ti pasé a dejar de pensar en él, y bueno ahora... ahora de quien no dejo de pensar ha sido en ti.
Han pasado ya 7 meses desde que te conocí, pero me empezaste a marcar hace ya unos 4. Me hiciste olvidar todo su dolor, y es que lo haces sin darte cuenta. Que me encanta que me piques, o que sonrías por todo, tienes la sonrisa más bonita que he visto jamás. Me encanta no mirarte y reconocer tu voz, o que me mires cuando no me doy ni cuenta. Que este es un amor imposible, que tú tienes a más y a mejores, que solo me quedan 64 días para hacerme visible a ti, y que en todo este tiempo no he logrado hacerte sentir nada. Y sé que hemos tenido momentos que parece que a veces me digas quédate, pero es que otras parece que digas que me vayas. Y no te entiendo. No es tan difícil. Y que sea lo que sea, dímelo claro. Y lo peor es que jamás te volveré a ver, a no ser que los caminos se crucen y bueno, si algún día me cruzo contigo, afirmaré lo que llaman destino.